lunes, 25 de septiembre de 2017

Noshajodismo

Existe una cierta vergüenza en una gran mayoría de españoles a mostrar abiertamente una afinidad hacia los símbolos de la nación. Está pasado de moda. Antiguo, cutre.

Decir “viva España” conlleva muchas veces después “mppjrrffh” (risa contraída). Eso ya no se dice, hombre. Es como las películas. Antes los españoles se reían con “Botón de ancla”, “Sor Citröen”, con Alfredo Landa, y con Pajares y Esteso. Ya no. Ahora somos mucho más cultos, modernos, y europeos, y solo podemos alabar “Pa negre” o como mucho “La Isla mínima”.

Sacar la bandera solo está permitido en los deportes. Y con cuidadito. Que si la sacas y dices “Viva España” de más, ya puede que aparezcan risas socarronas y otro poquito de “mppjrrffh” (risa contraída).

El análisis facilón es Franco. Siempre. Como Franco usó el nacionalismo en su versión de orgullo patrio acrítico, por encima de cualquier debate (porque estaba prohibido), su legado es que cualquier muestra mínimamente exaltada de los colores o símbolos te convierten abiertamente en un asqueroso facha.

Incluso cualquier reflexión en ese sentido, como este escrito, te señala como sospechoso de ser un asqueroso facha. Sobre todo a los interesados de mantener viva esta palabra.

Consiguen su objetivo, que moleste. Que pique. “La verdad duele” dirán. Puede ser, pero duele más la calumnia. ¿Acaso alguien en su sano juicio querría que se implantara una dictadura como la que tuvimos? ¿Alguien quiere perder nuestras libertades? ¿Estamos locos? Yo nací una década después de que ese señor se muriera, y desde luego no me interesaría nada que un señor con voz de pito, y de 1,60 dictara a conciencia el destino del país. Y creo que en esto estaría de acuerdo el 99% de la población. Incluso los que utilizan la palabra para atacar, saben que los receptores del insulto no son “fachas”.

Entonces “facha” se convierte en una poderosa arma. Sobre todo para los sectores más a la izquierda. Y es poderosa porque consigue, entre otras cosas, ese rechazo a cualquier argumento que te pueda hacer sospechoso de serlo, como por ejemplo el orgullo.

Por el contrario, en lugar de orgullo, en España se ha creado el “noshajodismo”.
Lo que está mal está fatal y debe hacer abiertamente decir que te de vergüenza ser de aquí. Desde la corrupción hasta los toros. Pero lo que está bien, no te puede hacer sentir bien, solo te puede hacer decir “nos ha jodido”.

  • ¿Qué somos un país con los índices de libertad generalmente satisfactorios o muy buenos? Nos ha jodido, solo faltaba
  • ¿Qué tenemos unas infraestructuras a nivel estatal de un altísimo nivel? Nos ha jodido, que nos somos Burundi.
  • ¿Qué las ciudades y sus alcaldías funcionan muy satisfactoriamente? Nos ha jodido, lo contrario es de República Bananera.
  • ¿Qué los delitos se persiguen, hay bajos índices de delincuencia y un alto nivel de seguridad? Nos ha jodido, ¿estamos locos? La duda ofende.
  • ¿Qué tenemos una buena industria turística, hostelera, gastronómica y de ocio? Nos ha jodido mayo con las flores. ¡Pa algo que tenemos!
  • ¿Qué nos va moderadamente bien en los deportes, se fomenta la competición desde niños, y tenemos grandes campeones? Nos ha jodido, ¡lo contrario daría vergüenza!


Dirán la mayoría de estos noshajodistas que a ellos España, el patriotismo, la bandera y demás, les da igual. Son los de mmpprrjff.  Sin caer en cuenta que este noshajodismo es mucho más arrogante y chauvinista que aquel cutre patriotismo. Asume como una tautología tácita que “somos la leche”. No da ningún valor a lo logrado, si no que asume que así debe ser casi por la gloria de Dios. Porque somos una democracia moderna. Ya. Y parece que olviden que todas esas circunstancias son logros históricos, realizados por la sociedad en su conjunto, superando épocas oscuras, y creando marcos de convivencia mayoritariamente exitosos que nos colocan en una posición envidiable.

Tampoco creo que la única alternativa sea un patriotismo complaciente sin cuestionar el statu quo, o sin crítica. Ese papel, asumido históricamente por la izquierda, es tan importante como necesario; y “culpable” en una gran medida de que hayamos alcanzado lo que hemos logrado.

Pero, ¿acaso no pueden convivir la crítica y el sentimiento de pertenencia y orgullo, reflejado en el simbolismo sin caer en el fanatismo? Yo creo que sí. Que debería ser. Y que debemos huir de las circunstancias que lo boicotean.

El uso de la palabra facha por parte de los noshajodistas, que incluye a amplios sectores de la sociedad, es la punta de lanza de ese boicot. Lo estamos comprobando además estos días con el asunto de Cataluña, que nos está enseñando el poder de las palabras y su uso en la estrategia de la comunicación independentista:

Si opinas diferente al independentismo, que además es la que se está mostrando contestataria, eres un facha. Por lo tanto el acusado de facha, que no lo es, calla para no ser señalado. Gol (de una actitud fascitsa).

Si haces ver que a pesar de respetar como opción política la existencia del nacionalismo, te parece que este referéndum se salta todas las leyes y por lo tanto no es democrático, le dan la vuelta y dicen “que no va de independencia, que va de democracia”. Gol (de una actitud antidemocrática)

Si opinas que repetir que quieren dejar de ser españoles puede generar antipatía, (igual que si alguien te repite que no quiere estar contigo te acaba provocando rechazo), le dan la vuelta y dicen que España odia a Cataluña, y además le roba. Gol (y con una postura excluyente).

Son solo ejemplos, pues en Cataluña, los noshajodistas les vale tan poco, que los argumentos en contra han multiplicado sus seguidores.

Pero ante las circunstancias y el noshajodismo, creo que hay solución. Aunque es muy difícil, creo que deberíamos dejar de lado los complejos y debatir las cosas sin tanta estrategia y buscando el bien común. Común de todos. Aunque suene al país de la piruleta. Y si lo logramos, una vez más, debería convertirse en un motivo de orgullo, de una sociedad que a pesar de gritona, se supera, evoluciona, y como dijo Bismark, no se destruye a pesar de llevar toda la vida  intentándolo.

Nos ha jodido, que esto es España. 

martes, 7 de marzo de 2017

Pasión, calor y verano.

No puedo entender el frío. No lo acepto aunque todo el mundo diga que en un momento dado llega el invierno. Y que cuando llega te quedas a vivir en él. Aceptando su nieve, su quietud, su estado de conservación que parece eterno.

Parece que todos hemos vivido en verano, o que al menos lo hemos conocido. Que todos somos capaces de describir hasta el último de sus detalles porque nos seduce, nos atrapa, nos conmueve. Pero que de alguna forma es como mirar un fuego: tus ojos se abren más de la cuenta, los músculos de tu cara se relajan por la ternura de la temperatura,  te sientes abrazado de una extraña forma por sus llamas… y a pesar de todo aceptas que se apagará y te irás de su calor.

Todos expertos en saber de su existencia. Todos expertos en saber que tiene muerte.

Admiramos sin descanso ese verano del alma. Se nos llenan los bolsillos de poesías que nunca llegan al papel, pero si aparecen en nuestro aliento y en el brillo de nuestros ojos. Y entonces cantamos. Cantamos al son de las melodías que nos inspira: el son de la risa sin motivo aparente, el ritmo de la necesidad de tocar su piel sin descanso, el compás que nace del pecho por un nervio incontrolable…

Y entonces cambia la estación y nos inunda una mezcla de añoranza y dudas. Esa música también cambia y la canción se vuelve triste mandolina italiana, que a veces va bajando su volumen tan poco a poco que somos nosotros la que dejamos que se calle. Llega un invierno que consideramos que es definitivo porque juramos que toda historia de pasión, fuego, verano, calor, cambios, baladas y frío, tiene un punto final en este último. Que no es muerte pero casi: es nieve, es quietud, un estado de vegetación que se antoja eterno y nos convence.

No lo acepto. No acepto inviernos eternos. No me los creo. No pienso vivir en esa idea a pesar de que todos la hagan propia. Me niego. No reniego de mi fe hacia el verano y que siempre puede volver. Porque es donde está todo lo que me hace sentir vivo, y todo lo que quiero.


Si algo se hace eterno, que sea un agosto. Que tiene tormentas, y los mejores festivales. Que le acompañan su julio y su septiembre, y que incluso cuando se aleja te hace feliz porque en menos tiempo del esperado ya sientes que queda un poco menos para volverlo a disfrutar.