Uno de mis hermanos está enfadado con nosotros, quiere
renunciar a mi familia. No lo puedo evitar, a mí me da pena. Me ha llegado a
decir incluso que le odio, ¿cómo le voy a odiar? ¡Si es mi hermano! ¡Sigue
siendo mi hermano! Si renuncia a la familia, probablemente lo echaré de menos.
Aunque sospecho (y en el fondo quiero) que él también me echará de menos a mí.
Es lo que tiene la familia, me da igual que nos enfademos, lo que quiero es que
las cosas mejoren. Siempre.
No quiero volver a discutir con él sus razones.
Probablemente ambos encontraríamos argumentos de peso para enzarzarnos en un
debate de nunca acabar… y creo que esa no es la solución. Sí que me molesta
cuando se inventa argumentos, que igual ni harían falta; igual que me molesta
cuando mis “padres” se enquistan en simplemente gritar que no tiene razón. Las
familias cambian, es verdad. Pero yo sigo queriendo a mi hermano. Mucho. Me
gustan muchas cosas de su carácter. Me gusta hasta como juega al fútbol.
No me apetece echar de menos a mi hermano, quiero que siga
siendo parte de esta familia. Quiero que se sienta parte de esta familia. Y
quiero que tanto mi familia como él se escuchen más. Porque a veces parece que
se “quieren odiar”. Seguramente se sorprenderían de la cantidad de cosas que
tienen en común y que han olvidado. Es lo que tiene la familia… a veces se
acaba discutiendo sobre la discusión, más que sobre el porqué de las cosas.
Me encanta mi familia, a pesar de que muchas veces somos un
desastre. Es lo que tiene la familia. Se le quiere. Siempre.