miércoles, 11 de septiembre de 2013

Diada



Uno de mis hermanos está enfadado con nosotros, quiere renunciar a mi familia. No lo puedo evitar, a mí me da pena. Me ha llegado a decir incluso que le odio, ¿cómo le voy a odiar? ¡Si es mi hermano! ¡Sigue siendo mi hermano! Si renuncia a la familia, probablemente lo echaré de menos. Aunque sospecho (y en el fondo quiero) que él también me echará de menos a mí. Es lo que tiene la familia, me da igual que nos enfademos, lo que quiero es que las cosas mejoren. Siempre.

No quiero volver a discutir con él sus razones. Probablemente ambos encontraríamos argumentos de peso para enzarzarnos en un debate de nunca acabar… y creo que esa no es la solución. Sí que me molesta cuando se inventa argumentos, que igual ni harían falta; igual que me molesta cuando mis “padres” se enquistan en simplemente gritar que no tiene razón. Las familias cambian, es verdad. Pero yo sigo queriendo a mi hermano. Mucho. Me gustan muchas cosas de su carácter. Me gusta hasta como juega al fútbol.

No me apetece echar de menos a mi hermano, quiero que siga siendo parte de esta familia. Quiero que se sienta parte de esta familia. Y quiero que tanto mi familia como él se escuchen más. Porque a veces parece que se “quieren odiar”. Seguramente se sorprenderían de la cantidad de cosas que tienen en común y que han olvidado. Es lo que tiene la familia… a veces se acaba discutiendo sobre la discusión, más que sobre el porqué de las cosas.

Me encanta mi familia, a pesar de que muchas veces somos un desastre. Es lo que tiene la familia. Se le quiere. Siempre.