Un inicio, un
final. Un nudo, un desenlace. ¿Pero y si no hay nada más?
Sus padres ya eran
un recuerdo que intentaba avivar cada vez con más fuerza, porque sabía que cada día se
olvidaba un poco mas de ellos. Habían pasado demasiados años desde aquello. No
fue una guerra. No fue una epidemia. No hubo un déspota malvado a quien echarle
la culpa. No había a quien ponerle cara para acusar por un adiós prematuro. Simplemente
se apagaron. Ya está.
Él ya era un adulto
y había asimilado bien los principios que sus padres trataron de inculcarle.
Con los años y la soledad los había moldeado, y creado algunos propios. El
hecho de que el mundo se hubiese convertido en unos años de un planeta pequeño
a un inmenso páramo de infinitos horizontes había transformado su personalidad
y la forma de ver las cosas. Pero había un sentimiento indestructible. Más
fuerte que cualquier otro aprendizaje y más intenso que el horrible pavor que
provocaba el estar casi seguro de que
era el último ser humano en la tierra. Este sentimiento era la gratitud.
Puede que dudase
muchas noches ante el increíblemente estrellado cielo que contemplaba cada
madrugada, de a quien debía dirigir aquella gratitud. Pero era algo que había
pasado a darle igual. Sería por la vejez, suponía.
Esa gratitud era un
refugio. Era su cueva. Era donde ahuyentar al monstruo malvado en que se
convierte la conciencia en soledad. Era el no morirse de pena, y de tristeza o
melancolía. Y el por qué lo había descubierto
el mismo día en que murió su última acompañante en el inmenso mundo que habían
recorrido esos últimos años. El por qué se resumía en una palabra: legado. Que
inmensa palabra. Es tan importante que casi no se puede abordar de frente, da
hasta miedo. Pero a él lo había atrapado. No había forma de escapar a él. Él
era el responsable de EL legado. Nuestro legado. El de todas las personas de la
tierra. Las que ya no estaban. Comprendió que en sus manos estaba saber transmitir
lo que supone ser nosotros. Lo que supone ser humano. Todavía había tiempo de
descubrir como. Pero la primera piedra estaba puesta: para dejar un buen legado
de cualquier asunto de este mundo, hay que amarlo y hay que estar agradecido
por lo vivido. Gratitud a haber sido parte de la más increíble especie que pisó
la tierra. Tenía motivos para estar agradecido. Era su refugio ante el miedo y
su piedra angular para comenzar su misión. Era su inicio para transmitir, a
quien pudiera comprenderlo algún día, quien hemos sido. Era el último ser humano
sobre la tierra. Él era el responsable de saber dejar nuestra huella en las
estrellas. Él iba a ser el autor de
nuestro Legado.
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